sábado, 13 de septiembre de 2008

Diario de Viaje 7: Siria


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DIA 21: “Cruzando Siria”: Alepo - S.SIMEON - SERJILLA - APAMEA - HAMMA - PALMYRA. 550 kms.

Abandono el hotel, salgo a la calle y me encuentro la moto delante pero absolutamente sola. En toda la calle no había ningún otro coche aparcado en ninguno de los dos lados. Me dió mucho remordimiento porque estaba realmente desamparada y se la podían haber llevado muy fácilmente con cualquier furgoneta o camioncillo (normalmente aparco en aceras o plazas donde esto sería más difícil y habría que arrastrar la moto a mano). Tal vez en esa calle estaba prohibido aparcar, vete tu a saber...

Saliendo de Alepo me dirijo primero al Norte hacía Qal'at Sam'an para ver la Basílica de San Simeón.

Yo me esperaba los restos de alguna iglesia pequeña pero una vez allí hay que decir que se trata de restos de un complejo completo, una especie de abadía amurallada (de hecho Qal’at significa castillo o ciudadela), con varios edificios adjuntos y torreones de defensa tanto arriba de la colina como después pude comprobar también en el pueblo próximo. En medio del complejo está la basílica cristiano-bizantina, y dentro de ella la atracción principal y el motivo por el que se construyó tras la muerte del santo: la columna de Simeón el estilita, el sabio que renunció a vivir entre la gente y se consagró a pasar su vida predicando subido a la columna después de una revelación divina.

De ésta columna original hoy día queda tan sólo un bloque de piedra en forma ovoide (de huevo, hablando en plata).

Cuco-man el estilita.

Me dirijo luego a Serjilla, una de las denominadas “ciudades muertas”, ya que son restos de emplazamientos que no se sabe porque fueron abandonados de golpe y sin más explicación. El sitio es difícil de encontrar porque no hay ni un cartel que lo anuncie y es imprescindible preguntar y tener suerte. Una vez allí efectivamente hay una serie de restos y construcciones de lo que en su día fuera una ciudad. El sitio en si no tiene mucho interés, la verdad, pero me pareció perfecto y muy tranquilo incluso para acampar.

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Tunning-vehículos habituales de transporte tanto de personas como de ganado indistintamente.

Puse rumbo a Apamea y, como hay pocas indicaciones, por el camino le pregunto a un chico en una gasolinera. Repostando estaba también un oficial del ejército sirio que me indica que lo siga, y a una velocidad considerable (a lo más que daba su motoreta creo) y apartando a todo el mundo a golpe de claxon, me hace de escolta policial varios kilómetros hasta llegar al cruce correcto.

Ésta era la escolta militar.

Apamea es un emplazamiento construido por el primer rey Seléucida, Selecto Nicator (Afamia era el nombre de su mujer) y en el que se conserva una columnata bastante notable. Pasear un rato bajo las columnas te transporta inevitablemente a los múltiples desfiles victoriosos de las legiones y sus cohortes interminables al ritmo constante del tambor, y al paso triunfal de los carros cuyas ruedas dejaban marcas en el empedrado de mármol que todavía hoy pueden observarse.



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A éstos simpáticos los cazé, pero en cambio antes se me escaparon dos chicos en una moto con dos ovejas entre ellos con las barrigas en el sillín y las patas colgando, lástima.

Llegué a Hamma y una vez localizado el río Orontes recorrí sus orillas para encontrar su principal atracción, las norias. Las hay de diversos tamaños, tipos y antigüedades. Las que están en funcionamiento tienen un sonido característico (como si gimieran) provocado por la combinación del incansable girar de sus ejes sobre la peana que los soporta, y el crujido de la madera de las palas en su esfuerzo constante contra el agua.

Parece que en Hamma las motos no son muy bien recibidas.


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En Siria los precios son otra vez muy baratos y hay bastantes chiringuitos de comida rápida a base de kebab, shawarmas o similares (a medio euro o así). En muchos casos te incluyen dentro del rollito unas pocas patatas fritas. La gasolina también es barata, tal vez un tercio de lo de aquí. Es un país más acostumbrado al turismo que Irán pero menos que Jordania, y eso significa que ya empecé a encontrar a otros occidentales y mi viaje comenzaba a perder algo de aventura y a convertirse en simple turismo.
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Torre del Reloj.



Pasando por Homs y mediante la carretera que atraviesa el desierto sirio, me dirigí hacia Palmyra el principal asentamiento arquitectónico romano de éste país tan curioso mezcla de Islam, romanización y de cristianismo primigenio al haber acogido la prédica de los primeros apóstoles.

Cruzando el desierto sirio.
Cuando llegas a Palmyra (los romanos rebautizaron Tadmor como la ciudad de las Palmeras (Palmyra)) sorprende el tamaño del asentamiento y el hecho de que excepto los museos y algunos edificios el resto es de acceso libre y gratuito, sin vallas ni prohibiciones. De hecho, con la moto te podrías pasear por dentro del complejo arquitectónico como hacen los propios vendedores de souvenirs sirios.

Hay varios cazadores de turistas ofreciendo alojamientos a los que suelo ignorar, pero ésta vez el pesado de turno pronunció tres palabras clave: próximo, barato y piscina, y además el regateo del precio fue bastante fructífero. Quise comprobarlo y efectivamente lo que el chico prometía era verdad. Se trata de un cámping que está justo al lado del templo de Bel (cámping Al-Bader- 5 US dollar)

Y resultó también cierto que tenía una piscina, toda para mi, en la que incluso luego aproveché (más práctico que elegante) para hacer la colada sin jabón.

Las ruinas son fantásticas ya que esta ciudad fue por un tiempo una de las colonias romana más ricas de Asia, hasta que la valerosa Reina Zenobia se enfrentó al Imperio a lo bestia (y la cosa acabó mal, claro está, ya que se la llevaron cautiva a Roma con unos grilletes de oro).

Ésta es la visión directa del templo de Bel que tenía desde dentro de mi propia tienda


Y ésta desde la piscina. Que dura es la vida del motero solitario...

Estos son los restos de Palmyra


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El famoso Tetrapylon.

Es tradición ver la puesta de sol desde un castillo que hay en la colina (Qala'at ibn Maan).


Salí luego a cenar y a buscar un cíber a la parte moderna del pueblo de Tadmor, y luego a dormir al cámping al lado de la Pantera.
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Dia 22. “Hacia Jordania evitando Irak”. Palmyra - MAALULA - DAMASCUS - BOSRA - AMMAN (JORDANIA). 550 kms.



Palmira por la mañana.

Cuando se sale de Palmira en dirección Damasco hay que atravesar de nuevo parte del desierto Sirio, y las temperaturas son bastante elevadas otra vez. Además da un poco de yu-yu seguir la misma dirección que lleva a la frontera de Iraq y al mismo Bagdad.

Por suerte a unos 170 kms de Iraq la carretera ya enfila hacia Damasco.

Elección no demasiado difícil en estos momentos de guerra, pero algún día espero visitar Mesopotamia.


Antes me dirigí hacia Maalula, un pueblecito con las casas empinadas colgando de la pendiente, y cuyo principal atractivo para mi no eran sólo las diversas iglesias cristianas, cuevas y conventos que hay, como entre otros el Monasterio de los Santos Sergio (Mar Sarkis) y Baco (Bacchus), sino sobretodo el ser el último lugar en la tierra en el que todavía se habla el arameo, la lengua de Jesús.

Fuente del Convento de San Sergio y San Baco.

Estuve un rato deambulando por sus calles y tuve ocasión de escuchar y hablar con los nativos. Me confirmaron que hablaban arameo (“Ha-Rám-E” o parecido lo pronunciaban ellos creo recordar), pero la verdad es que tanto el arameo como el sirio a mi me suenan realmente ininteligibles.
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Estos “juran en arameo”. Aprovecho para destacar que en todos los países islámicos la gente sabe mantenerse así de cuclillas mucho rato; yo soy incapaz.

Llegué a Damascus al mediodía y recorrí su parte más moderna.
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Fauna local 1: Policía.



Fauna local 2: Vendedor de zumos.
Nueva mezquita en Al-Marje Square.

En los quioscos venden fotos de los artistas preferidos. En el mundo islámico los que más molan son los modernos libaneses.

Aparqué en la plaza Youssef Al Azmah. Como en todas partes la figura del Presidente Bashar al-Assad es omnipresente.

Luego me dirigí hacia la parte amurallada y antigua de la ciudad, Patrimonio de la Humanidad, donde se encuentra el Zoco (Souq Al-Hamidiya) y la gran mezquita Omeya.
Antes de entrar, en la parte exterior de las murallas hay una estatua de Saladino (Salah-ad-din), el más grande y astuto de los guerreros que se enfrentó a los caballeros cruzados en “Tierra Santa”


Aparqué en la plaza Al-Hareeka.
Enfilé por el Zoco (Souq) hacia la Gran Mezquita Omeya.

Tras descalzarme y entrar en la mezquita pude ver que allí descansan varios restos sagrados así como el “Tesoro de los Califas”. A diferencia de las mezquitas iraníes, en Siria no parecía haber problemas para usar la cámara de fotos o el vídeo sin complejos dentro del recinto religioso.

El Tesoro de los Califas.

Restos sagrados de Zacharias y Hussein.




Decoración bizantina de la fachada.
Un carro de madera que seguro tiene mucha historia, pero yo no la conozco…

Minarete desde el exterior.

Entrada al Zoco de Damasco desde la Mezquita. El de la derecha es un Mullah.

El zoco no es propiamente un recinto sino que está formado por calles cerradas al tráfico (tal vez un poco menos laberíntico y agobiante que Alepo).



Por el Sur el límite del zoco es la llamada “Vía Recta” (Souq Medhat Basha), que podría entenderse como un origen de las modernas galerías comerciales, ya que las cientos de tiendas son homogéneas cuanto a sus fachadas.

Después de empujarme otro shawarma callejero me dirigí hacia la ciudad de Bosra famosa por su teatro romano amurallado. El teatro está muy bien conservado gracias a haber sido protegido en su día exteriormente con una muralla árabe, que quedó sepultada por la arena protegiéndolo.


Muchos agujeros sospechosos ¿tal vez para espectadores con incontinencia y práctico orinal?



Tiene una magnífica acústica y se siguen haciendo en él representaciones todavía. Dentro me encontré a unas chicas muy simpáticas, una de las cuales (Hanna) hablaba inglés y con la que acabamos compartiendo unas fotos.

Confraternizando recatadamente con la población autóctona.

En el exterior del teatro también existen los restos de la ciudad antigua de Bosra, declarados Patrimonio Universal.



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Llegué por fin a la frontera Siria un poco acongojado por el tema aquel del GPS. En Siria hay que pagar una tasa para poder salir, pero aunque uno ya no lleve moneda local, en la frontera hay oficina con caja para el cambio de divisas.

En la parte jordana los trámites no fueron tampoco demasiado complicados ya que en éstos países más turísticos incluso suele haber una cola específica para extranjeros. Tuve que suscribir también el seguro de la moto, y en éste caso pude hacerlo para una semana creo. Al salir de la frontera los oficiales me despedían gritando “¡Welcome to Jordania!”.

Al rato pues estaba circulando por el país de la Reina Rania que es pequeño (unos 500 kms de longitud tal vez) pero tenía mucho que ofrecerme, especialmente Petra que era otro de mis objetivos principales.
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Saber que voy dirección a Arabia Saudí y el Yemen hace que me sea imposible no soñar.

Entré en la capital Amman ya de noche. Había indicadores para el “City Center”, pero la verdad es que llegado a un punto éstos desaparecieron. Encontrar el centro no iba a ser fácil porque Amman tiene muchas colinas y cuando no sabes cuál es la calle correcta para subir o bajar la cosa se complica, y más de noche e intentando que ningún energúmeno te embista con el coche.
De golpe el tráfico se hizo caótico, multitud de coches pitando, de gentes cruzando la calle, de tiendas con las luces de neón, de chiringuitos de venta de compact disc con la música a todo trapo, y muchos carteles pero ninguno que pusiera hotel. Encontré una oficina de cambio de divisas y al menos pude solucionar así el primer problema y tener “Jidis” en el bolsillo (J.D.= jordan dinar). Pero seguía sin encontrar ningún alojamiento y aquellas calles eran la mar de feas (de hecho yo creía que me encontraba en algún barrio exterior de la capital). Aparqué la moto, y a pié y con más calma al final pude encontrar una pensión de mala muerte.

Barato era, eso sí, pero también cutre a morir. La misma escalera para subir, la habitación, o el tipo de huéspedes del local daban una mezcla considerable de asco y miedo. Vaya como ejemplo el baño de la habitación que era éste.

Al agujero del sanitario ya estaba acostumbrado de otros países árabes, pero eso de no tener ducha ni siquiera comunitaria era una novedad. Me explicó el dueño que para lavarse se utilizaba un pequeño jarrón azul, y cuando me vió mi cara de asombro el hombre muy amable me trajo una palangana (un bote vacío de pintura), y una jarra para el agua. ¡Alucinante!

El próximo problema era a ver donde iba a dormir la moto, ya que el ambiente suburbial de las calles ésta vez no me motivaba ninguna confianza. A unos 500 metros y un par de calles de la pensión encontré a un policía y le pregunté por la existencia de algún párking. Me dijo que no había ninguno en todo el barrio, y me invitó a entrar en el puesto de Policía (una especie de glorieta que ponen en algunas plazas), en el que había aire acondicionado y donde me ofrecieron un vaso de agua fresca. Después de un rato de charla conseguí que me dejaran aparcar la moto al otro lado del puesto de policía, donde muy amables me prometieron que la tendrían vigilada toda la noche.

Con la bolsa del equipaje a cuestas por las calles de Aman volví al cutre-hotel y me pseudo-duché con los pies metidos en la palangana y tirándome el agua con la jarra (no querías aventura, ¡pues ale!). Ya lo siento, pero no hay testimonio gráfico de tan surrealista momento.

Antes de dormir me encerré en la habitación bloqueando con diversos materiales la puerta de entrada visto el ambiente y calaña de los huéspedes de tan ilustre alojamiento. La moto durmió, por una vez, muy lejos de mi, al lado del puesto de la Policía.

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